Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

lunes, 11 de junio de 2012

5/4/12

La lluvia caía a nuestro alrededor. Caía sobre el río gris a nuestros pies, formando ondas en su opaca superficie. Empapaba las exuberantes plantas amazónicas del Jardín Americano. Pero a nosotros, resguardados bajo el pequeño puente azul, no nos tocaba. Estábamos sentados en las escaleras de hormigón que descendían al Guadalquivir. Un silencio apacible se había instalado entre nosotros, y yo escuchaba la lluvia caer con la impresión de que nos hallábamos en un lugar apartado del mundo, donde ni el tiempo ni la realidad tenían la más mínima importancia. Entonces oí que se reía, y giré la cabeza, sorprendida. Me miraba con un brillo divertido en los ojos, como diciendo "Venga, dejemos de fingir". Y un segundo después me encontraba abrazada a él, riendo a mi vez. De repente, los muros que parecía haber entre nosotros se habían derrumbado bajo el peso de su mirada, y nos reíamos por haber sido tan testarudos e inseguros, porque volvía a ser lo que siempre fue, y habíamos tenido miedo de reconocerlo. "¿Sabes que llevo toda la tarde esperando a que hagas esto?" le confesé, aún sin atreverme a mirarle, mientras me acariciaba el pelo. "Cuesta arrancar, pero luego..." contestó vagamente. Por su tono de voz adiviné lo que deseaba. Decidí ceder y levanté la cabeza. Clavé mi vista en sus ojos, que me miraban como tantas otras veces antes de ésta, pequeños y brillantes, en dorados y verdes. Inmediatamente tuve la impresión de que me hundía en ellos, justo antes de que sus labios estuvieran sobre los míos.

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