Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

martes, 27 de diciembre de 2011

La casualidad

La estación estaba llena de gente. El ruido de los trenes, el caos de las maletas y las personas con prisa lo confudía todo. Olía a sudor humano, a historias mezcladas, a vidas que se cruzaban y que jamás se volverían a encontrar. Respiré hondo y me incorporé a la marabunta de gente que bajaba las escaleras en dirección al andén tres. Me vi sumergida en la ola humana y por un momento sólo fui una más de aquella amalgamaba de personas, cada una con una historia diferente,insignificante, efímera. Pero el momento pasó y yo me alejé de la masa, en busca del vagón más alejado. Por fin llegué al último, nadie se había dirijido allí porque habían entrado por los vagones centrales,estaba sola y un polvo dorado flotaba en el ya casi silencioso andén. Me agaché, recogí mi maleta y subí al vagón vacío; aunque sabía que no lo estaría por mucho tiempo, ya que a medida que nos fuésemos deteniendo en las distintas estaciones se iría subiendo gente y acabarían llenando el tren, pero al menos disfrutaría de un poco de soledad durante un tiempo. Suspirando coloqué mi maleta arriba y me senté. En el momento en que lo hice advertí que no estaba tan sola como yo creía, pues desde el asiento enfrente del mío me observaba silenciosamente un ángel de profundos ojos castaños, cruzado de piernas y con un libro en el regazo. Azorada por haber sido descubierta cuando me creía libre de miradas, murmuré un breve saludo y bajé la vista. Iba a ser un tanto incómodo viajar los dos sólos en el vagón, incluso consideré la idea de moverme, pero me disuadió la algarabía procedente del vagón vecino, al parecer ya lleno hasta los topes. Volví a mirarle disimuladamente, un chico de mi edad, no más de veinte, con una aureola producida por el sol poniente que entraba a raudales por las ventanas. Levantó la vista y sus ojos (brillantes, como si el sol también se estuviera poniendo en su interior)se encontraron con los míos. Sonrió con calidez y le conrrespondí, sintiendo que me perdía en su mirada. Me obligué a dejar de observarle cuando rompió el contacto visual, y saqué el libro que llevaba en el bolso, a fin de distraerme un rato. Había conseguido mi propósito cuando oí una ligera tos, y no pude evitar volver a levantar la vista. El chico desconocido me observaba ahora abiertamente, con una gran sonrisa dibujada en la cara. No, no me observaba a mí; seguí la dirección de su mirada y descubrí que lo que había captado su atención era el libro que estaba leyendo, Paríso Inhabitado de Ana María Matute. Le volví a sonreír y entonces señaló su propio libro, enfundado, al igual que el mío, en una cubierta azul oscuro y sobre el que rezaba exactamente el mismo título. Estábamos leyendo el mismo libro.
-Estás leyendo el mismo libro que yo-señaló inncesariamente. Para mi sorpresa tenía una voz muy suave, no se parecía en nada a las voces de hombre a las que estaba acostumbrada, ésta era dulce y cadenciosa. Me pregunté si sería cantante.
-Ya-contesté con una sonrisa. No sabía qué decir, auque no por falta de ganas, pero me sentía totalmente bloqueada. A él parecía ocurrirle lo mismo, porque continuó mirándome como si qusiera añadir algo y no supiera qué.
Ambos desviamos la vista. Deseé que llegáramos pronto a la siguiente estación y que se subiera gente, pero una parte de mí me gritaba que lo mejor sería que el tiempo no avanzase y no llegar nunca a nuestro destino.
Era incapaz de volver a concentrarme en el libro, así que volví a revolver en mi bolso y saqué mi MP4, lo encendí y le di al Play. Al instante mi cabeza se vio inundada por las suaves notas del Canon de Pachebel tocado a la guitarra. Me encantaba. Cerré los ojos y volé muy lejos. Cuando la musica se detuvo los abrí para volver a reproducir la canción, y me di cuenta de que el desconocido me observaba fijamente, probablemente lo llevaba haciendo desde que cerré los ojos. Al verse descubierto desvió la mirada visiblente turbado y fingió que rebuscaba en su mochila. Sacó su propio MP4 y se puso los auriculares, sin dejar de mirarme de reojo. Al final pulsó un boton y dirijió los ojos hacia la ventanilla, para observabar el paisaje. Decidí volver a evadirme, y pulsé Play de nuevo. Pero mientras la melodía volvía a invadir mi cabeza me moví para recostarme, y el aparato cayó al suelo, desprendiéndose de los cascos. Libre de ellos, la música continuó saliendo a través del pequeño altavoz. Me apresuré a recogerlo y a detener la música, pero una mano me detuvo. Mi acompañante se había desprendido de sus propios auriculares y me miraba con los ojos brillantes. Pulsó el botón de mi MP4 y la canción quedó congelada. Aún mirándome fijamente a los ojos separó sus cascos de su aparato de música y la conocida melodía volvió a inundar el vagón, esta vez proveniente del altavoz situado en su MP4. Lo miré, una chispa de comprensión en mis ojos. Entonces decté una diferencia entre su música y la mía, y me atreví a preguntar, por encima de las notas que brotaban del aparato.
-¿Piano?
Él detuvo la canción.
-Sí-sonrió-. Y lo tuyo guitarra ¿verdad?
-Exacto. De hecho la toco.
-Y yo el piano.
Nos miramos, no había necesidad de palabras. Supe que él sentía exactamente el mismo cosquilleo que yo.
-Me llamo Álex-intervino.
-Marina.
-Así que Marina ¿eh? Bien, pues tenemos...una dos horas. Puede que más-me sonrió, cómplice, y le correspondí.
-Ojalá sea más.
Soltó una carcajada. Le brillaron los ojos una vez más.
-Ojalá.
Nada perdura, todo es extraño. La vida es un escalofrío, un pensamiento, una caricia...
La vida es un suspiro, un sueño, una ilusión, a veces, demasiadas, no cumplida. Pero siempre hay una luz, una esperanza, una ráfaga de viento que te eleva y te ayuda a ser quién realmente eres...siempre por encima de las estrellas, flotando y brillando. Siempre con un recuerdo en mente, porque sin pasado no serías tú, siempre anclado al presente, consciente de tu realidad...y siempre mirando al futuro, proyecto seguro de felicidad.
Nuestra vida no es más que una larga sucesión de comienzos, con un único final.